lunes, 16 de agosto de 2010

Matemáticas 22 (después de mil años)

Mientras observo el ejercicio, no puedo evitar dibujar la más sincera expresión de horror en mi rostro. Su solución se ve tan lejana al alcance de mis capacidades intelectuales, que por fin resignado, me limito a observar con atención y asentir cada vez que el profesor me pregunta si entiendo.

Yo debería estar sufriendo con el estudio idealista de los justo y lo equitativo, para luego decepcionarme por la noche, después de las nueve. En cambio, me consumo en el aburrimiento, procurando desentrañar los misterios de un montón de números.

Los ángulos y teoremas son como balas candentes que atraviesan mi cuerpo sin piedad. Procuro defenderme con todas mis fuerzas, pero me encuentro demasiado embobado como para reaccionar. Por fin, caigo al suelo en perfecto ángulo recto.

Estoy convencido que para un mono resultaría más sencillo aprender teoremas y ángulos. Yo prefiero leer y escribir poesía. No sé si soy bueno.

Valerosamente, me prometo al menos intentarlo. Resulta un alivio, al menos para mi, no haber sido bendecido con el don de comprender los números y sus secretos. Puedo ver el mundo con ojos distintos, aunque supongo que al juez geométrico no le interesa.

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