sábado, 23 de octubre de 2010

9

Me levanto y enciendo las ventanas opacas. Se liberan de la bruma matutina, sucia y contaminada, mientras observo con desdén las montañas silenciosas. Cierro los ojos, trato de contagiarme con la vitalidad moribunda de la brisa marina. Aún hay rastros de tu aroma dulce en mi piel y en mi ropa, y tu sonrisa aún brilla encendida en mi mirada ciega.

A medida que el sol deja caer su luz cálida sobre los cerros multicolores, reflexionó.Algo falta en mí. Un vacío agresivo, doloroso e incómodo me ataca y me destruye. Acudo al espejo más cercano, empañado con mi gélido aliento, para observar con sorpresa mi expresión tranquila, tan contraria a la lucha de animales salvajes de mi interior. Recuerdo viejas historias en páginas amarillentas y frágiles, con pequeñísimas letras de tinta oscura, mientras trato de sustentar el vacío insoportable que siento dentro de mí.

Comprendo, por fin, que me haces falta. Mi corazón late sordo, mientras bombea la sangre amarga por mis venas. Se esfuerza la pasión hecha fuego de mi boca, por no perder el sabor caliente de tus besos pasados. Tu silueta delgada parece formar una estela muy cerca de mí, pero el viento miserable la disipa cuando pretendo abarcarla con mis brazos cansados.

Puedo imaginar mi vida sin escribir, sin oír, sin ver, sin sentir, sin comer, sin dormir, sin correr, sin nadar, sin escuchar el crujido de las olas azotándose contra el mar, de las aves dementes graznando mientras danzan en círculo sin sentido, de ahogarme en algunos vasos de alcohol cada viernes y sábado por la noche, de perder la visión con luces fulminantes. No puedo imaginarme a mí mismo viviendo, respirando, soñando ; sin tí.


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